¿A quién le pedimos posada?
En estas fechas decembrinas, que por
cierto, creo son de mis favoritas, andamos peregrinando de posada en posada. Y al hablar de posadas me pongo a pensar en las
muchas ocasiones en las que vamos mendigando espacios y posada en el corazón de la gente.
Pareciera ser que esta profunda
necesidad de pertenencia y reciprocidad nos acompaña no sólo en la niñez y adolescencia, sino a lo largo de
gran parte de la vida, si no es que durante toda. Nos hemos querido creer la fantasía de que “no necesitamos de otros”, de
que “la felicidad está
adentro de uno mismo”, como nos dirían
algunos… sin
embargo, la realidad es que siempre necesitamos de otros, que venimos de otros
y que todo lo que somos tiene de alguna manera u otra relación con esos otros. Esta idea de una supuesta “independencia”
y “autonomía” está fuertemente influenciada por una visión individualista. Creo que dicha visión podría haber tenido la buena intención de ayudarnos a superar la trágica realidad de que SI NECESITAMOS Y
NECESITAREMOS DE OTROS durante toda la vida, y que muchas veces esos otros, aun
reconociendo dicha necesidad, no responderán
con reciprocidad, lo cual nos dejará
sin posada en muchas ocasiones, teniendo que mantenernos en búsqueda de nuevas personas, hasta que
vayamos encontrando en dónde
sí podemos pedir posada y a quiénes sí podemos pedirles nos sostengan, nos
acompañen
sabiendo que responderán.
Creo que el reto, más que fantasear que no necesitamos de
nadie (fantasear con ello no elimina la realidad que seguimos anhelando ser
recibidos en el corazón
de los que nos rodean) está
en aprender a distinguir dónde
pedir posada, y al mismo tiempo sostenernos en los momentos incómodos de vulnerarnos para intentarlo de
nuevo cuando una posada que nos había
recibido, no nos recibe más,
y necesitamos abrirnos a nuevos espacios, nuevas personas, nuevos OTROS que nos
puedan recibir con gran alegría. Sin embargo, así como en las posadas se conmemora la tradición de la búsqueda de un asilo de los padres de
Jesucristo, en nuestra vida necesitamos tal vez aceptar que se tienen que tocar
muchas, muchas puertas, con gran humildad, coraje y valentía, hasta encontrar aquel pesebre que nos
reciba con calor, cariño,
sorpresa y admiración.